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Revolución digital: ¿herramienta de democratización o nuevo rostro de la desigualdad?

Revolución digital: ¿herramienta de democratización o nuevo rostro de la desigualdad?

En un mundo cada vez más atravesado por la transformación digital, la tecnología se ha posicionado como una promesa de desarrollo, eficiencia y sostenibilidad. Pero, ¿de qué manera podemos realmente aprovechar colectivamente sus beneficios? ¿A quién está dejando atrás esta revolución digital? Desde el CRECE proponemos reflexionar sobre la revolución digital y pensarla no sólo como un cúmulo de recursos técnicos, sino como una herramienta con implicaciones en lo social, económico y político. 

La digitalización tiene un gran potencial de transformación y puede ser una palanca para potenciar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, las soluciones de gobierno digital o las soluciones fintech ofrecen oportunidades reales para mejorar la productividad, reducir el desperdicio de recursos, ampliar la inclusión y mejorar la sostenibilidad.

Brechas en acceso, gobernanza y capacidades

A pesar de la cercanía en la fecha de terminación de la agenda 2030, el Reporte de los ODS 2024 alerta: solo el 17% de las metas están en camino de cumplirse, mientras que muchas han estancado o incluso retrocedido. Entre las causas están las desigualdades persistentes en el acceso a infraestructura digital, capacidades técnicas limitadas en países de bajos ingresos y una gobernanza de datos aún débil y fragmentada.

Además, la adopción de tecnologías avanzadas en el sur global se enfrenta a algunas barreras estructurales, como marcos regulatorios obsoletos y falta de inversión en alfabetización digital. Según el estudio perspectivas sobre transformación digital, [fintech] e inclusión financiera: América Latina y el Caribe del BID Lab, muchas instituciones aún están en una fase “exploradora” de transformación digital, sin una estrategia integral o con procesos desarticulados.

Más allá de los dispositivos y plataformas, lo crucial es cómo se diseñan, implementan y gobiernan estas tecnologías. El informe de la ONU (2024) señala que la mayoría de las innovaciones digitales son lideradas por grandes corporaciones de países desarrollados, que pueden no conocer a fondo la diversidad de contextos. Esto lleva a preguntarse sobre las implicaciones en la concentración del poder económico y de los datos, la soberanía tecnológica y la equidad global.

Por ejemplo, de acuerdo a la experiencia de la FAO, IFAD e IsDB que resultó en el informe Mapping affordable and transferrable climate-smart technologies for smallholder farmers, el uso de tecnologías agrícolas climáticamente inteligentes en pequeños productores puede ser transformador, pero solo si se adaptan a sus contextos específicos, se transfieren de forma accesible y se acompañan con políticas públicas inclusivas.

¿Qué se necesita para una digitalización inclusiva?

De acuerdo a las fuentes y documentos que han sido abordados, además de las reflexiones resultantes del proceso de análisis sistémico de la lectura del entorno, se pueden resaltar, pero no limitar, los siguientes aspectos como puntos claves para hablar de equidad e inclusión tecnológica:

Cerrar brechas de infraestructura: acceso equitativo a conectividad de calidad, dispositivos y energía, especialmente en zonas rurales.

Fomentar capacidades locales: formación en habilidades digitales para ciudadanos, técnicos y funcionarios públicos.

Reformular la gobernanza de datos: asegurar transparencia, protección de datos y participación ciudadana en la toma de decisiones tecnológicas.

Apoyar alianzas multisectoriales: entre gobiernos, sociedad civil, academia y sector privado, orientadas al bien común.

Diseñar marcos regulatorios adaptativos: que equilibren la innovación con la equidad y los derechos humanos.

El centro en las personas

El desafío de incorporar estas acciones, cobra especial relevancia cuando lo miramos desde los márgenes: las zonas rurales, las juventudes y las mujeres. En los territorios rurales, la brecha digital sigue siendo una de las más profundas, limitando el acceso a conectividad, formación técnica y servicios financieros adaptados, como lo evidencia el mapeo de tecnologías para pequeños productores agrícolas realizado por la FAO, IFAD e IsDB. 

Para las juventudes, la transformación digital representa una oportunidad aún poco aprovechada. Según el Informe de los ODS 2024, las y los jóvenes siguen siendo los más afectados por la pobreza laboral y corren el riesgo de quedar excluidos de un mercado de trabajo altamente tecnologizado. En el caso de las mujeres, particularmente en contextos rurales, persisten barreras estructurales para el acceso a herramientas digitales, agravadas por la escasez de datos desagregados que impiden diseñar soluciones adecuadas. El estudio del BID Lab sobre transformación digital en microfinancieras de América Latina también advierte que muchas instituciones aún no logran traducir sus esfuerzos de digitalización en beneficios concretos para mujeres o jóvenes rurales. 

Si no se abordan estas desigualdades de forma intencionada, el avance tecnológico podría profundizar las brechas existentes. Por eso, toda estrategia digital verdaderamente inclusiva debe reconocer las realidades específicas de estos grupos poblacionales, incluyendo sus capacidades, demandas y derechos.

La tecnología puede ser una herramienta de democratización, pero no lo será por sí sola. No se trata sólo de adoptar herramientas digitales, sino de construir un modelo de desarrollo más justo, sostenible y participativo.

Desde el CRECE, invitamos a todos los sectores a sumarse a esta reflexión y acción. La revolución tecnológica y digital ya está en marcha. La pregunta es si nos llevará hacia un mundo más equitativo o si profundizará las desigualdades existentes.

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